domingo, 7 de abril de 2013

Crónica de una mañana agitada



De mis tres hijos, Ian, el más chiquito, está con la angustia del octavo mes; Ivo, el del medio, en plena crisis de celos; y Juan, el más grande, en etapa de rebeldía pre A D O  L E S C E N T E.

El cuarto es nuestro perro. No cuenta como hijo, pero cuenta… y COMO cuenta. El es como Platero(*): “pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos” y no porque lo hayan molido a palos de lo mal que se porta ese felpudo con patas.

Con ese cóctel de temperamentos, nunca se sabe qué puede pasar. Aunque, con mi experiencia, sí me lo podía imaginar.

Esa mañana de abril, amaneció soleado. El despertador sonó 6:45. Con los ojos cerrados, tanteé por arriba de la mesita de luz hasta que logré apagarlo. Mi marido me dio un beso tierno y se fue a trabajar. “¡Que tengas un lindo día!”, se despidió. Eso era lo que yo esperaba, pero en el fondo sabía que ESE era el amanecer de un lunes agitado.

Me levanté de buen humor, a pesar de haber dormido cuatro horas salteadas entre gritos y llantos del bebé, que entraba en crisis cada vez que abría un ojo y se daba cuenta que el que estaba en la cuna al lado suyo era el Señor Cara de Papa y no yo.

Para sacarme la modorra, decidí hacer unos kilómetros de caminata antes de ponerme a trabajar. Me calcé el jogging, las zapatillas y:

-¡Maaaa! –me sobresaltó el mayor-. Ivo se hizo pis en la cama.

Era de esperarse. Ivo es un chico muy sensible y para colmo es el del medio. Eso le da dos motivos: el hermano más grande y el más chico.

Sin decir nada para no herir susceptibilidades, junté las sábanas, el acolchado, el pijama, la almohada (no sé cómo hizo para llegar a mojar la almohada) y puse todo para lavar, mientras iba dando directivas:

“Abrí la ducha”. “Bañate”. “Ponete el jogging que hoy tenés gimnasia…”

En el medio de la movida, el bebé se despertó, pero esta vez de hambre. Corrí a buscarlo. Estaba empapado de transpiración. Había quedado en mi cama desde la última vez que se despertó a la madrugada. 

Apenas me vio, me enterneció con un  dulce “mamá” y enseguida me olvidé del cansancio que venía acumulando. Lo agarré en mis brazos y le dí LA teta. Una sóla: tuve que interrumpir para hacerle el desayuno a los otros dos antes que se haga tarde. Para optimizar tiempo, los dejé desayunando y me fui a seguir con la otra teta.

Una vez que los llevé al colegio, fui a la plaza y le di 9 vueltas, con el cochecito y todo! Ya para cuando empecé con los ejercicios de glúteos, Ian se puso a llorar y tuve que emprender la retirada con la serie de glúteo izquierdo inconclusa. Y bueh… si una madre da la vida por sus hijos, ¿cómo no me iba a bancar andar por la vida con el culo desparejo?

De vuelta en casa, el bebé se durmió y, ahí sí, pude dar rienda suelta a mi fantasía: tener un rato de tranquilidad. Lo primero que hice fue teñirme. Para eso, me había comprado una tintura espectacular que tenía la ventaja de taparte las canas en sólo 10 minutos, y tenía la desventaja que lo hacía en sólo 10 minutos, NI UNO MAS. Si te pasás, “el fabricante no se responsabiliza por los resultados”, leí en la caja.

Ni bien me terminé de poner la tintura, sonó el teléfono. Corrí para atenderlo antes de que el bebé se despierte y… se despertó. Después del baile de esa noche, el pichón necesitaba descansar (y no era el único).

-Buen día Señora, le hablo del colegio.
(Suficiente introducción como para ponerme los pelos de punta.)

-No se preocupe que sus hijos están bien.
(Cuando la frase empieza así, tiemblo.)

-La llamo porque Juan (el mayor) se queja de dolor de panza.
(Ahí me tranquilicé. Era lo de siempre: el nene no “me” come las verduras y después se constipa. )

-Páseme con él un minuto:

-¡Hola, mamá!

-¡Hola, Juan! ¿Te duele la panza, hijito? Probá de ir al baño.

-Ya probé, tengo el papel higiénico en la mano.

-Bueno, mi amor: probá también con sentarte en el inodoro, ¿dale?

-¡Dale! Pero si no se me pasa, ¿me pasás a buscar?

-Sí, mi vida. Vos no te preocupes.

Volver a dormir al bebé me tomó un rato. Cuando me quise acordar, ya habían pasado 20 minutos. ¡¡¡¡VEINTE MINUTOS con la tintura puesta!!!! Salí disparando a la ducha, abrí las canillas al máximo y me enjuagué la cabeza lo más rápido que pude. Respiré profundo y, con mucho miedo, me miré al espejo. Por suerte, el color me quedó parejo. Sí, parejo: todo como el culo. No se salvó ni un pelo.

Hice un esfuerzo para abstraerme de semejante espanto visual y me puse a trabajar. Después de todo, había que ver el lado positivo de las cosas: todavía me quedaba un rato más de tranquilidad. Pero ni bien me senté con la computadora… otra vez el teléfono. Esta vez, era mi hijo sin intermediarios.

-Mamá, ya probé con lo de ir al baño, y me sigue doliendo.

-¿Estás seguro Juan? ¿Te duele la panza de verdad?- como lo conozco, quise cerciorarme.

-Sí, mucho.

“Si insiste tanto, señal que le duele”, supuse. Me apuré a despertar al bebé y encaré para la escuela con el pelo a medio secar, acompañada por el llanto del más chiquito que quería dormir y no lo dejaban (¡cuánta empatía!).

Cuando llegué a la escuela, Juan me recibió con una sonrisa que no pudo disimular.

-¡Viniste mamá!

-Sí, hijo. Vamos rápido así llamamos al doctor- le advertí.

Cuando llegamos a casa, se puso a jugar con el perro.

-Juan, ¿no era que te sentías mal?

-Sí, pero en el camino me tiré dos pedos y se me pasó enseguida, ma.

Lo peor es que no fueron dos, nada más. Así estuvo todo el tiempo.

-¡Ahí va otro má!- y se reía mientras jugaba con el pianito agudo y desafinado del más chiquito.
El concierto duró poco. Al ratito, tuve que salir de nuevo a buscar a mi segundo hijo, pero antes, cometí el error de dejar al perro suelto en toda la casa.

Cuando volví con mis tres hijos… la basura estaba desparramada por todo el living, sobre los sillones, la mesa… No había rincón que no estuviera sucio o manchado y con mucho olor a podrido. Incluso peor del que dejó Juan cuando desagotó su dolor de panza.

Lo bueno de todo esto es que ese día, por lo menos para mí, no tuve que ponerme a cocinar. Con un cóctel de té de boldo y tilo me alcanzó.

(*)Platero: narración lírica de Juan Ramón Jiménez