domingo, 21 de abril de 2013
domingo, 7 de abril de 2013
Crónica de una mañana agitada
De mis tres hijos, Ian, el más chiquito, está con la angustia del octavo mes; Ivo, el del
medio, en plena crisis de celos; y Juan, el más grande, en etapa de rebeldía pre
A D O L E S C E N T E.
El cuarto es nuestro perro. No cuenta como hijo, pero cuenta…
y COMO cuenta. El es como Platero(*): “pequeño, peludo, suave; tan
blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos” y no
porque lo hayan molido a palos de lo mal que se porta ese felpudo con patas.
Con ese cóctel de temperamentos, nunca se sabe qué puede
pasar. Aunque, con mi experiencia, sí me lo podía imaginar.
Esa mañana de abril, amaneció soleado. El despertador sonó
6:45. Con los ojos cerrados, tanteé por arriba de la mesita de luz hasta que logré
apagarlo. Mi marido me dio un beso tierno y se fue a trabajar. “¡Que tengas un lindo
día!”, se despidió. Eso era lo que yo esperaba, pero en el fondo sabía que ESE
era el amanecer de un lunes agitado.
Me levanté de buen humor, a pesar de haber dormido cuatro
horas salteadas entre gritos y llantos del bebé, que entraba en crisis cada vez
que abría un ojo y se daba cuenta que el que estaba en la cuna al lado suyo era
el Señor Cara de Papa y no yo.
Para sacarme la modorra, decidí hacer unos kilómetros de
caminata antes de ponerme a trabajar. Me calcé el jogging, las zapatillas y:
-¡Maaaa! –me sobresaltó el mayor-. Ivo se hizo pis en la
cama.
Era de esperarse. Ivo es un chico muy sensible y para colmo
es el del medio. Eso le da dos motivos: el hermano más grande y el más chico.
Sin decir nada para no herir susceptibilidades, junté las sábanas,
el acolchado, el pijama, la almohada (no sé cómo hizo para llegar a mojar la
almohada) y puse todo para lavar, mientras iba dando directivas:
“Abrí la ducha”. “Bañate”. “Ponete el jogging que hoy tenés
gimnasia…”
En el medio de la movida, el bebé se despertó, pero esta vez
de hambre. Corrí a buscarlo. Estaba empapado de transpiración. Había
quedado en mi cama desde la última vez que se despertó a la madrugada.
Apenas
me vio, me enterneció con un dulce “mamá”
y enseguida me olvidé del cansancio que venía acumulando. Lo agarré en mis
brazos y le dí LA teta. Una sóla: tuve que interrumpir para hacerle el desayuno
a los otros dos antes que se haga tarde. Para optimizar tiempo, los dejé
desayunando y me fui a seguir con la otra teta.
Una vez que los llevé al colegio, fui a la plaza y le di 9
vueltas, con el cochecito y todo! Ya para cuando empecé con los ejercicios de
glúteos, Ian se puso a llorar y tuve que emprender la retirada con la serie de
glúteo izquierdo inconclusa. Y bueh… si una madre da la vida por sus hijos, ¿cómo
no me iba a bancar andar por la vida con el culo desparejo?
De vuelta en casa, el bebé se durmió y, ahí sí, pude dar
rienda suelta a mi fantasía: tener un rato de tranquilidad. Lo primero que hice
fue teñirme. Para eso, me había comprado una tintura espectacular que tenía la
ventaja de taparte las canas en sólo 10 minutos, y tenía la desventaja que lo
hacía en sólo 10 minutos, NI UNO MAS. Si te pasás, “el fabricante no se
responsabiliza por los resultados”, leí en la caja.
Ni bien me terminé de poner la tintura, sonó el teléfono.
Corrí para atenderlo antes de que el bebé se despierte y… se despertó. Después
del baile de esa noche, el pichón necesitaba descansar (y no era el único).
-Buen día Señora, le hablo del colegio.
(Suficiente introducción como para ponerme los pelos de
punta.)
-No se preocupe que sus hijos están bien.
(Cuando la frase empieza así, tiemblo.)
-La llamo porque Juan (el mayor) se queja de dolor de panza.
(Ahí me tranquilicé. Era lo de siempre: el nene no “me” come
las verduras y después se constipa. )
-Páseme con él un minuto:
-¡Hola, mamá!
-¡Hola, Juan! ¿Te duele la panza, hijito? Probá de ir al
baño.
-Ya probé, tengo el papel higiénico en la mano.
-Bueno, mi amor: probá también con sentarte en el inodoro, ¿dale?
-¡Dale! Pero si no se me pasa, ¿me pasás a buscar?
-Sí, mi vida. Vos no te preocupes.
Volver a dormir al bebé me tomó un rato. Cuando me quise
acordar, ya habían pasado 20 minutos. ¡¡¡¡VEINTE MINUTOS con la tintura
puesta!!!! Salí disparando a la ducha, abrí las canillas al máximo y me
enjuagué la cabeza lo más rápido que pude. Respiré profundo y, con mucho miedo,
me miré al espejo. Por suerte, el color me quedó parejo. Sí, parejo: todo como el culo. No se salvó ni un pelo.
Hice un esfuerzo para abstraerme
de semejante espanto visual y me puse a trabajar. Después de todo, había que ver el
lado positivo de las cosas: todavía me quedaba un rato más de tranquilidad.
Pero ni bien me senté con la computadora… otra vez el teléfono. Esta vez, era
mi hijo sin intermediarios.
-Mamá, ya probé con lo de ir al baño, y me sigue doliendo.
-¿Estás seguro Juan? ¿Te duele la panza de verdad?- como lo
conozco, quise cerciorarme.
-Sí, mucho.
“Si insiste tanto, señal que le duele”, supuse. Me apuré a
despertar al bebé y encaré para la escuela con el pelo a medio secar, acompañada
por el llanto del más chiquito que quería dormir y no lo dejaban (¡cuánta
empatía!).
Cuando llegué a la escuela, Juan me recibió con una sonrisa
que no pudo disimular.
-¡Viniste mamá!
-Sí, hijo. Vamos rápido así llamamos al doctor- le advertí.
Cuando llegamos a casa, se puso a jugar con el perro.
-Juan, ¿no era que te sentías mal?
-Sí, pero en el camino me tiré dos pedos y se me pasó
enseguida, ma.
Lo peor es que no fueron dos, nada más. Así estuvo todo el
tiempo.
-¡Ahí va otro má!- y se reía mientras jugaba con el pianito agudo
y desafinado del más chiquito.
El concierto duró poco. Al ratito, tuve que salir de nuevo a
buscar a mi segundo hijo, pero antes, cometí el error de dejar al perro suelto en toda la
casa.
Cuando volví con mis tres hijos… la basura estaba
desparramada por todo el living, sobre los sillones, la mesa… No había rincón
que no estuviera sucio o manchado y con mucho olor a podrido. Incluso peor del que
dejó Juan cuando desagotó su dolor de panza.
Lo bueno de todo esto es que ese día, por lo menos para mí, no
tuve que ponerme a cocinar. Con un cóctel de té de boldo y tilo me alcanzó.
(*)Platero: narración lírica de Juan Ramón Jiménez
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