Era un lunes soleado de enero… MUY soleado. Cuarenta grados a la sombra, si la hubiera. Hermoso día de verano para disfrutar del calor en la playa, no para estar en la ciudad esperando el 106, para ir al ginecólogo con mi tercer hijo.
Por las dudas y siempre por las dudas, llevaba más equipaje
que cuando me fui a Macchu Picchu de mochilera. Me faltaba el pucho -y sobre todo los billetes- y estaba
hecha un EKEKO.
Así como estaba, paré el colectivo como pude: haciendo señas con la cabeza.
El chofer entendió la indirecta y acercó el colectivo al
cordón de la vereda.
-¡Deje que la ayudo, señora!
El tipo se bajó, cargó el cochecito y me ayudó a subir con mi bebé, el bolso de los pañales, mi cartera y una botella de agua
litro y medio de reserva.
-¡Gracias! -dije sorprendida por su caballerosidad- Hasta
Callao, por favor.
Definitivamente, ESE era mi día de suerte. El colectivo
llegó enseguida, me tocó un chofer macanudo y, por si fuera poco, había
lugar para sentarse.
(¿Mi día de suerte dije? Se ve que no sabía la que me
esperaba.)
Tenía por delante, un laaaarrrrgo viaje
para DORMIR, que sin duda, era lo que más anhelaba en la vida!!! Cuando estaba a punto de
quedarme frita, a punto de chorrear baba por el costado de la
boca… de golpe y sin previo AVISO, escuché:
-¡¿Qué calor que hace, no?!
(¿Me habla a mí? Quería creer que no, peeeero…)
Miré a mi izquierda, y sí: ahí estaba el chofer, esperando
que le diera una respuesta obvia.
Apenas si pude responder con un escueto “ahá”, mientras se
me caían los párpados, vencidos por el cansancio.
-¡Hace mucho calor! - insiste.
Lo espío de reojo. El bebé roncaba de lo lindo. Era una
oportunidad única para descansar, aunque sea cabeceando a lo largo del viaje.
-Sí, mucho. –respondo resignada.
(Fin de la conversación. Ahora sí: a dormirrr.)
(Uy! Del susto, me pegué la cabeza contra la ventanilla)
-Eh? (abrí un ojo) Ah, sí. (tratando de retomar el sueño.)
-Encima el patrón no pone el aire acondicionado.
(Qué lo parió! Justo hoy que el bebé está tranquilo y mis otros dos hijos están en la colonia).
-Decí que me voy de vacaciones en unos días.
Sólo me dió tiempo de cabecear una vez más.
(Y yo me voy al
ginecólogo. Si querés cambiamos.)
-Ahí vive mi abuela. Voy todos los años. –dice orgulloso- Y ya
sé hablar portugués!
-Vos sabés que mi abuela me pregunta “¿Qué estas fazendo?”,
y yo ya sé qué contestarle.
(Yo sé que estás "fazendo", chabón! Me estás cagando la siesta
en todos los idiomas.) Se lo hubiera dicho, pero opté por la vía diplomática:
Me debe haber leído la mente, porque no siguió insistiendo.
Pensé que había logrado mi minuto de sueño hasta que:
“Palito, bombón
heeeeladooooo!!!” Casi como en la playa. No sé si como en Florianópolis, pero
como en la Perla, seguro.
-¿Me llevás hasta Nazca, pibe? El chofer lo ayuda a subir y se ponen a hablar.
Buenísimo: pasé la posta... o eso creía yo.
(Se pone rojo de vergüenza) -No. Me separé hace poco.
-Tomá nene, te dejo un helado. Me bajo en la próxima.
"¡Sonamos!", pensé. "Me va a tomar de punto de nuevo para dar el servicio
meteorológico."
-Tené, yo no puedo tomar helado y manejar al mismo tiempo.
(Y yo tampoco puedo dormir y tomar helado,
pero… helado por $1,70.- que sale el boleto, no me iba a andar haciendo la difícil.)
Me lo fui comiendo
mientras el repetía:
-¡Qué calor! ¡Qué
barbaridad!
Sólo cambiaba de
tema cada vez que subía un pasajero:
-¡¿Me deja en lo
del psicólogo?!
-Ni idea, flaco, pero
subí que… hace calor!
El tipo sacó el
boleto a lo del psicólogo y se sentó. Adivinen dónde. Sí: justo al lado mío. ¡Lo
que me faltaba! Pegué la cara a la ventanilla, por si acaso se le ocurría darme
conversación… y podés creer que se le ocurrió:
Traté de evitarlo.
Hice como que hablaba con el bebé, pero estaba en su quinto sueño (que envidia).
-¡Una vez por
semana! (Me grita)
(No te puedo creer.
¿Con una vez, te alcanza?)
-Ochenta pesos, me
cobra.
(Agarrá viaje
flaco, que por el laburo que tiene, te lo está regalando.)
De repente, saca
una billetera y me muestra:
-Estas son mis dos
hijas: Mercedes y Luján.
(¿No me digas? Y si
tenías un hijo ¿qué le ponías? ¿Acceso Oeste?)
-Se parecen mitad a
la mamá y mitad a mí.
-Es que así son los
hijos, mitad y mitad.
-Mmmhh! (Mientras
no saquen tu personalidad, venís tranqui…)
-La madre no es muy
linda, pero igual me salieron bastante bien, ¿no?
-Lo que pasa es que
soy separado… por eso voy al psicólogo.
(Flaco, lo raro no
es que seas separado, sino que alguna vez hayas estado en pareja.)
El chofer se
solidarizó conmigo y se metió para sacarle tema de conversación. (Bueno... su UNICO tema de conversación.)
-Sí, y encima yo tengo
que ir al psicólogo.
Así estuvieron por
un rato largo hasta que dijo la palabra que todo el pasaje esperaba:
“Parada, por favor”. Si fue al psicólogo o no, es un misterio que nadie pudo
develar hasta estos tiempos. Lo que les puedo asegurar es que me terminó de
cagar la siesta. Yo me tenía que bajar en la próxima.
Caminé hasta el
consultorio. DIEZ cuadras. A los rayos del sol con el bebé, todo el bagaje y el
cochecito, que se trabó y tuve que cargar al hombro. (Ahora
entiendo por qué el EKEKO va en chancletas y no en sandalias con plataforma de
corcho como yo... aunque para Ekeko, venía baja en recaudaciones: sólo ligué un
helado).
Después de pasarme dos
horas de espera en lo del médico y 5 minutos que duró la consulta, VOLVI a
casa. Esta vez, fueron DOCE cuadras hasta la parada. El colectivo llegó enseguida. (Definitivamente, ese era mi día de suerte. Al final, uno se queja de lleno).
Subí como pude y enfilé
para los asientos de a UNO (esta vuelta me avivé). Apoyé tranquilamente la
cabeza contra la ventanilla, abracé fuerte a mi bebé y cerré los ojos decidida
a dormir plácidamente… hasta que escucho:
-Me lleva? Vengo
del PSICOLOGO.
-NOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO.